lunes, 18 de octubre de 2010

2. Cuadro 85




Alguien me contó una vez que la telequinesia consiste en ordenar a tu cuerpo astral que se aleje de ti y que alcance tal o tal otro objeto, pudiendo de este modo tocarlo, moverlo, levantarlo… De pie, quieta, frente al Cuadro 85 de Manuel Millares, lamenté no tener esta capacidad.

La sinestesia, del griego συν, 'junto', y αισθησία, 'sensación', es, en retórica, estilística y en neurología, la mezcla de varios sentidos diferentes. Un sinestésico puede, por ejemplo, oír colores, ver sonidos, y percibir sensaciones gustativas al tocar un objeto con una textura determinada.

Al observar este cuadro, la palabra sinestesia acudía una y otra vez a mi mente, y de hecho lo sigue haciendo al recordarlo. Me dio la impresión de ser eminentemente táctil y me produjo, por este motivo, una sensación de impotencia. Me encontraba intentando analizar y aprehender con los ojos algo que se me antojaba creado para ser comprendido con las manos.

No es extraño que se produzcan situaciones similares a estas en los museos, que como dice Giorgio Agamben en su texto Profanaciones, son el espacio en el que “la imposibilidad de uso tiene su lugar tópico.” “Hoy todo puede volverse Museo, porque éste domina simplemente la exposición de una imposibilidad de usar, de habitar, de experimentar”. Dice también y por último, refiriéndose a los turistas que se acercan a un antiguo templo que “celebran sobre su persona un acto sacrificial que consiste en la angustiosa experiencia de la destrucción de todo uso posible.”

Está claro, sin embargo que gran parte de la “información” que transmitía el cuadro de Millares se me otorgaba a través del campo visual, pero no se puede decir que esto me calmase, al contrario todos los elementos parecían conjugados para que frente a ese cuadro me encontrase incomoda y algo angustiada a la par que atraída como por un imán. Me resultaba incluso paradójico que todo esto me lo arrojase el cuadro 85 y no cualquiera de los otros dos de Millares que, sin duda, resultaban en apariencia más tétricos o desagradables; en ellos encontramos una predominancia absoluta del negro y el rojo, y una voluminosidad mucho más intensa que en el 85.

Sin embargo, en este último el contraste viene marcado por una línea casi recta, casi horizontal, no hay rojo, sólo negro y el color propio de la tela de saco. Podríamos decir que es un cuadro más contenido que los otros dos, pero a mi me transmitió una mayor tensión. Parece que Millares descargó en los otros una rabia, o una emotividad (sea cual fuera el sentimiento) que en éste se guardó para si. Resulta un cuadro más racional y seguramente por eso mismo más angustioso. La separación de ambos colores no solo viene dada por la línea horizontal sino que se ve acentuada por rotos, por descosidos, ya que, de hecho, me pareció que eran telas diferentes. El volumen del centro es el punto en el que convergen los dos colores, se me antoja como punto culminante, la tregua en la disputa o todo lo contrario, el inició de la explosión que sigue a la tensión.

Aún hay más, doy por supuesto que fue intencionado el hecho de que el volumen estuviese justo entre los dos rotos y que formasen, de este modo, una especie de cara que observa al observador. Es una mirada vacía puesto que no se trata de unos ojos pintados sino de todo lo contrario, de un hueco en el cuadro; sin duda esto incrementa el desasosiego del espectador, al menos si éste soy yo.

Me ocurre cuando miro largo tiempo una cuadro, cuando pretendo comprenderlo completamente, que de pronto me doy cuenta de que no es la obra lo que intento analizar sino que utilizo al mismo como excusa, como vía para entenderme a mi misma, encuentro inherentes en él características propias de mi. Es el caso de la combinación en el cuadro 85 entre aquello que se ve premeditado por parte del autor y aquello que da la impresión de “habérsele escapado”. Me da la sensación de que Millares tomó la decisión de representar cierta rabia en su obra, y al ser una decisión tomada, esta no dejaba de ser una rabia ficticia, pero una vez con “las manos en la masa” la “rabia-idea” se tornó en “rabia-real” y no pudo contener ciertos impulsos que, aunque nimios, dan una mayor credibilidad a lo que el espectador ve.

Esta misma sensación de confluencia entre lo premeditado y lo improvisado me la transmiten ciertos cuadros del expresionismo abstracto americano, (no es de extrañar dado que Millares formaba parte del Informalismo, movimiento paralelo en Europa a este otro americano), como Mujer I de Willem de Kooning, El Puente de Franz o Pájaro de Jackson Pollock. Sobretodo el primero en que a diferencia de los lienzos más famosos Pollock que parecen, aunque puede que no sea así, totalmente improvisados; la obra de Willem de Kooning sí da la impresión de tener una reflexión previa, Kooning sabía lo que quería pintar y tenía una idea aproximada del aspecto que el cuadro debía alcanzar, sin embargo el espectador puede percibir que la intensidad de los trazos tiene que partir de dentro, no se puede pintar un cuadro así desde una actitud pasiva o calmada y, por tanto, no puedo creer que el cuadro acabase exactamente igual a como el artista lo concebía en un principio. Curiosamente, acabo de encontrar una frase escrita por Miró, que por otro lado también tiene aspectos que me pueden recordar a Millares, que refleja bastante bien esto: “Mi pintura no es de ningún modo un diario secreto. Es una fuerza atacante que se exterioriza.”

Otra frase de Miró que me gustaría saber si es extensible a otros artistas como Millares, o los expresionistas abstractos es “Una vez que está terminada una tela, deja de importarme”, esto habla del pintar por el simple hecho de pintar, de pintar como modo de expresión, de exteriorización, de desahogo, del pintar por mera necesidad.

Podría acabar diciendo algo que probablemente resulta obvio pero que no lo es tanto. Que el arte que en muchas ocasiones se puede considerar como un elemento esteticista y decorativo, hecho que algunos artistas de todos los tiempos parecen haberse empeñado en corroborar; tiene en muchas otras ocasiones un papel mucho más torturador que placentero en la vida del espectador. Tiene la capacidad de evocar, de comunicar y de conmover, de “hacer sentir” de forma a veces incluso explosiva. Y creo que esto es aplicable tanto a obras de arte en las que la expresión es el elemento clave como en las citadas hasta ahora en el texto, como en otras que tienen mucho menos de espontáneo. Pueden ser un ejemplo muchas esculturas y pinturas del Barroco como La elevación de la cruz de Rubens o del Romanticismo como La Balsa de la Medusa de Géricault.

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