viernes, 17 de febrero de 2012

29. Un astro


Siempre supe que antes de haber nacido había sido un astro, una especie de estrella que flotaba en la oscuridad del universo y que un día, al ver a los que serían mis padres decidí que era el momento de mutar, de cambiar de forma, de materia, incluso de camino y emprender el que ha sido desde entonces el camino en el que estoy. Recuerdo tener unos tres años y contarle a mi madre esta historia, el principio de mi historia y que ella escuchase interesada y, desde luego, me diese la razón. Mi padre me contaba algo parecido,  al parecer nació de un huevo, en la época de los dinosaurios, fueron pasando los años, siglos y milenios y cuando mi abuela llegó al mundo decidió volver a empezar y ser su hijo. Creo que fue poco más tarde de cumplir los cinco, el momento clave, el momento en el que mi imaginación empezó a perder fuelle, el momento en que dejé de creer la historia de mi padre. En esa época dejé también de creer en la mía propia y dejar de creer en ella supuso, en cierto modo, una mutilación.
Acepto, acepto que el hombre viene del mono, y el mono, en última instancia viene una pequeña molécula, que se convirtió en bacteria, que se convirtió en pez y así sucesivamente. Acepto también que yo, antes de formar parte de mi madre, no existía de forma material, al menos no en este mundo. Pero lo acepto a regañadientes, porque no tengo ninguna prueba de lo contrario, o porque las pruebas de que así es, son perceptualmente demasiado evidentes como para negarlas. Pero la percepción, al fin y al cabo, nos lleva a tantos engaños, a tantos malos entendidos, o... a tan poca felicidad, que es, al fin y al cabo, lo que todos buscamos, que decidí hace un tiempo dejar de creer en ella y volver a creer en mi intuición.
No es tan fácil, tu tomas una decisión, pero a tu espalda hay millones de segundos acumulados de aprendizaje inoportuno, inconveniente e incoherente. Y este aprendizaje te ha enseñado a percibir a la manera del rebaño. De tu rebaño. Hay una tribu en Sudamérica que no tiene concepción del tiempo, para ellos no hay ayer ni mañana, para ellos el barco que navega es lo mismo que el río en que navega. Hay otra tribu, en África, que solo tiene cuatro palabras para definir los colores, y por eso no son capaces de diferenciar verde de azul y por eso para ellos el cielo es negro.
Si me fiase de mis sentidos, de mi percepción e incluso de mi concepto del tiempo y la velocidad sería tremendamente etnocentrista y no me apetece serlo. Así que voy a frenar, voy a dejar de interpretar las señales que recibo, voy a dejar de convertirlas en conceptos aceptables, sensatos, sostenibles y creíbles y voy a volver a ser un astro.

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