sábado, 27 de noviembre de 2010

5. El Gabinete de un Aficionado


Hará ahora una semana, vi un documental del crítico de arte Robert Hughes en el que entrevistaba al hijo de un coleccionista de obras de Andy Warhol. El crítico le preguntaba acerca de la opinión que le merecía el artísta a lo que el hijo del rico coleccionista respondía con todos los tópicos existentes sobre Warhol. Con esto demostraba que, si bien se habían informado para poder alardear con mayores argumentos sobre su colección , no se habían parado a reflexionar sobre ello, a crear argumentos propios. No habían hecho un análisis crítico que les hiciese decantarse por la obra de Warhol en vez de a la de otro artista. Puede decirse, por lo tanto, que su coleccionismo estaba más motivado por un afán de posesión que por un interés y conocimiento real del arte.

Esta misma sensación me la transmite el protagonista de El gabinete de un aficionado, Hermann Raffke, que tras haber labrado una fortuna en el negocio de la cerveza, decide ser coleccionista a gran escala. Explica Perec que Raffke contaba con el asesoramiento de los mejores críticos internacionales para que le recomendasen los cuadros que debía comprar, es decir, él tampoco compraba movido por el conocimiento y amor al arte ni por la intuición y el apego a ciertas obras sino por el ansia de tener, de demostrar cuan alto era su poder adquisitivo. Esta observación, por supuesto, no tiene en cuenta el desengaño que tuvo más tarde al conocer la falsedad de varias de las piezas de su botín y decidir entonces ser quien ríe último y, por tanto, mejor. El que era comprador se convierte en creador y no solo engaña al mundo que le rodea sino que, de la mano del escritor, nos engaña también a nosotros los lectores.

Como observadora de la historia, y tras asimilar que te han estado tomando el pelo durante, aproximadamente, cien páginas… Una puede hallar en El Gabinete de un Aficionado una explicación bastante crítica sobre lo que es el arte, o sobre lo que es, al menos, el mercado del arte.

Hermann Raffke empieza a copiar con gran exactitud múltiples obras de arte de mayor o menor reconocimiento. Se podría decir que de mero coleccionista, archivador, pasa a ser lo que llamaríamos un artista que trabaja a partir del propio archivo, crea una obra extensa, una colección cuyo hilo narrativo es el de decir luego que es adquirida en vez de creada. Hace un trabajo de “metaarte”, de arte que habla del arte, en este caso, que lo plagia. En el mundo del arte podemos encontrar multitud de artistas cuyo procedimiento resulta bastante similar, pese a no considerarse después plagio, sino tal vez versión o adaptación. En la exposición Humano, demasiado humano pudimos ver algunos casos de este hecho. El cuadro en el que aparecía el Guernica embalado es uno de ellos. El Equipo Crónica tal como aparecía explicado en la exposición hace una relectura de varias piezas de arte de forma, algunas veces irónica. Es curioso ver que en la misma exposición podíamos encontrar una versión de un cuadro de Picasso de la mano de estos, y, al mismo tiempo una versión de Las Meninas hecha por el propio Picasso. Al ver de nuevo esta relectura en concreto caigo en la cuenta de que probablemente la obra clave de Velazquez es una de las más versionadas en el mundo del arte, el propio Equipo Crónica, cuenta también con una adaptación, del mismo modo que lo hacen Dalí, o el fotógrafo Joel Peter Witkin que con sus personajes amputados no solo ha versionado este cuadro, sino que ha adaptado a sus freaks una gran cantidad de obras de arte de gran reconocimiento como La Venus de Milo, Man Ray, Las tres Gracias o El naufragio de la Medusa.

Volviendo a Hermann Raffke, es necesario contar que crea también, aparte de la colección que se le supone adquirida, un cuadro que dice haber encargado a otro artista poco conocido, Heinrich Kürz. Este cuadro es el centro alrededor del cual está compuesta la novela. Se trata de una obra en la que aparece el coleccionista sentado en una butaca en una sala en la que se encuentra gran parte de sus adquisiciones. La sorpresa de este cuadro, que lo convierte en una obra de gran magnetismo para los espectadores, reside en su centro, en el que aparece retratado de nuevo el mismo lienzo, y, en el centro de este, por supuesto, otra vez y así sucesivamente hasta convertirse en un punto prácticamente imperceptible. Es un cuadro dentro de un cuadro, dentro de un cuadro… Este juego lo podemos encontrar, tendiendo o sin tender al infinito en muchas obras de arte, como por ejemplo, como no, Las Meninas, en ésta vemos, igual que en el Gabinete de un Aficionado al pintor, pese que en el segundo, el observador desconozca que así es. Y vemos a este pintor delante de su obra. El juego de Las Meninas con el espejo que muestra lo que al parecer está viendo el artista, crea también este aspecto cíclico, Velazquez observa a alguien que solo vemos a través de un espejo, y este alguien al mismo tiempo está observando al artista. Citando a Foucault: “El cuadro en su totalidad ve una escena para la cual él es a su vez una escena.”

Perec juega, en esta historia, con la idea del infinito pero desde un punto de vista diferente al de Velazquez, y también al del eterno retorno, de hecho podríamos decir que sí es un eterno retorno, pero truncado. Ya que aunque en la primera ojeada el espectador pueda creer que el cuadro aparece reproducido de forma idéntica una y otra vez, en el momento en que se detiene a fijarse en los detalles se empieza a dar cuenta de que realmente sí hay variaciones en cada una de las reproducciones del lienzo. De hecho se podría decir de algún modo, que la historia avanza, las ovejas que pastaban en la primera versión en la segunda puede ser que descansen, el boxeador al que golpean tal vez yazca ya en el suelo y así sucesivamente en la mayor parte de las reproducciones de los cuadros del coleccionista. Otro elemento que añade interés al cuadro es el hecho de que todos los miembros de la familia del coleccionista aparezcan retratados en él, no por si mismos, sino como personajes de las obras que penden de las paredes.

Perec cuenta como, al ser expuesto este cuadro, junto a otros de la colección éste resulta atraer a un público masivo, tanto es así que al acumularse las colas de gente que esperaban para verlo tuvieron que asignarse unos tiempos bastante breves para cada espectador. Explica como los estudiosos y los críticos pretendían analizarla en tiempo record, y hacían la cola una y otra vez si no conseguían fijarse en todos los detalles para tener más tiempo de medir las versiones de menor tamaño, para observar con lupa estas últimas reproducciones, para asimilar todo aquello que la obra tenía de enigmático y de magnético a la vez que de científico y casi matemático… Las largas esperar, las críticas, la exaltación de los que ya habían visto el cuadro y de los que aún no, fue haciendo crecer un frenesí, una excitación y una tensión que, como probablemente hubiese sucedido en la vida real, acabó por explorar cuando uno de los asistentes atentó contra el lienzo manchándolo de tinta, hecho que puso punto y final a la exposición.

Ciertamente, los atentados contra el arte son algo que muy rara vez tiene lugar hoy en día. En alguna ocasión han ocurrido robos, como es el caso de El grito de Munch, o han aparecido obras que no deberían, este último caso fue bastante comentado dado que hasta varios días más tarde, ni los responsables del museo, ni los asistentes, se dieron cuenta del error y seguían observando el lienzo como si de una obra de arte real (y reconocida) se tratase. Aún con estas excepciones, los museos son algo bastante parecido a santuarios donde las obras de arte tienen un papel sagrado según el cual se pueden admirar pero no se puede, en ningún caso, interactuar con ellas. Es obvio que esto es algo necesario para la seguridad y preservación de éstas; pero no deja de ser ridículo en algunos casos. Hay multitud de esculturas, de obras, que de encontrarse en el propio estudio del autor todo el mundo daría por evidente que se permitiera tocarlas, y seguramente este acercamiento limitaría la tensión y las ganas de agredir a la obra. Es cierto, por otro lado, que en la situación comentada, al estudio del artista, solo los elegidos por él mismo pueden acceder, y que por tanto los estándares de seguridad no tienen que ser los mismos que en las instituciones museísticas.

Tras comparar los museos con santuarios se me ocurre también que la novela podría ser algo así como un texto religioso, una parábola o un cuento con moraleja de lo que puede llegar a pasar en la frivolidad máxima del mercado del arte. Todos se convierten en presa y depredador al mismo tiempo de diversas trampas, tomaduras de pelo y bromas.

Y aunque el propio libro sea una broma, como se descubre en las dos últimas páginas, es la resolución de esta historia lo que, al menos para mi, hizo que ciertos aspectos cobraran sentido. Recuerdo a mitad de la lectura volver a mirar la portada para cerciorarme de que Anagrama había publicado el libro en la colección de Narrativa, y no alcanzar a entender qué les había llevado a considerarlo una novela, me parecía más bien una crítica extensa o un ensayo breve sobre un caso cuya veracidad daba por supuesta. Pero si bien al final el lector descubre que realmente todo era una ficción… no descarto la posibilidad de que encajase también en la otra colección de la editorial, ya que, tal como se dijo en clase, da una visión bastante certera del mundo del arte e, inclusive, de la historia del arte. No deja de parecerme curioso cómo los autores se sirven de unos géneros literarios para obras con una finalidad anclada claramente en otro género, de este modo El gabinete de un aficionado es una ficción escrita como una no-ficción y, por ejemplo, Nietzsche escribe su Así habló Zaratustra como si de una fábula se tratara, se sirve de una narración y de unos personajes ficticios para exponer su pensamiento que él no considera ficción, así que podríamos decir que hace el procedimiento opuesto a Perec. Éste, en cambio, para crear su apariencia de no-ficción utiliza la técnica, bastante borgiana por otro lado, de la acumulación de datos. Los números, los precios, los datos nada narrativos crean una sensación de realidad irrefutable, es difícil poder llegar a imaginar que a alguien se le haya ocurrido inventarlos.

Para acabar, y a modo de opinión personal, diré que es un libro que me resulta mucho más interesante al pensarlo que al leerlo, esto, evidentemente, puede ser aplicable a la mayoría de las obras literarias, pero en este caso se me antoja más exagerado. El lector medio al que le caiga en las manos sin la responsabilidad de luego tener que reflexionar lo suficiente como para escribir un texto alrededor de él seguramente no sacará demasiado jugo del libro. Sin embargo, una vez acabado este texto ha cambiado bastante mi percepción de la novela. Si bien, por un lado, me parece un divertimento del escritor, que juega a dar vueltas en torno a un eje imaginario llegando, posiblemente, en algún momento a creérselo en cierto modo y que juega también a reírse de su lector que no tiene más remedio que creerle hasta que el mismo se desacredita con el final que descubre la ficción.

Me parece por el otro lado, un buen punto de partida para el pensamiento, para la reflexión, que puede dar lugar a una ramificación constante e infinita. Me recuerda en cierto modo a un árbol que parte ya en si mismo de una ramificación subterránea, es decir, las raíces. Las raíces de este libro podrían ser los referentes artísticos que utiliza, las ganas de divertirse y de tomar el pelo, los elementos narrativos robados del ensayo y la crítica. El tronco sería el cuadro dentro de un cuadro, dentro de un cuadro… y el descubrimiento del engaño. Las ramas y las hojas, por último, serían la añadidura del lector, todo aquello que pensase tomando El gabinete de un aficionado como punto de partida y apartándolo luego poco a poco hasta llegar a divagar sobre asuntos bastante alejados del mismo.

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